Entretanto, una mañana de viernes cuando el yeso ya formaba parte de
mi anatomía desde hacia dos semanas, la monja de lengua nos dijo que la misa se
atrasaría hasta después de la comida. También añadió, o eso entendí yo, que
todas aquellas que hubieran hecho ya la primera comunión en ese mes de mayo, o
aquellas que ha hicieran en breve, podían comulgar.
Al salir del comedor, que se encontraba al otro lado del patio del
convento, la riña sobre quién me acompañaba a la capilla estalló. Dos
compañeras se disputaban el honor de servirme de lazarillo. No recuerdo su
cara, ni su nombre, solo sé que ganó la que más fuerte empujó a la otra. La
niña me cogió por el brazo y tiró de mí casi sin apenas darme el tiempo de
caminar como debía - tallón delante y girando el pie para avanzar como es
debido cuando se lleva a cuestas una escayola-. Así, a trompicones, llegamos a
la capilla. Todo el mundo se había instalado ya.
Santos,santos
lol@mento
El padre Sebastián, un cura moderno y reivindicativo, que militaba en
causas sociales en uno de los dos barrios pobres de la ciudad, estaba
terminando de preparar su altar. Por suerte, las misas de los viernes no eran
largas ni tediosas, como las de los domingos en nuestra parroquia. Tras el
breve sermón, el padre Sebastián bendijo el cáliz en esa celebración
eucarística y somnífera, dicho sea de paso, recitando el consiguiente -Porque
éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna...bla, bla,
bla... y una fila de niñas se formó de inmediato, entre empujones y tirones a
lo largo del pasillo que conducía al sacerdote.
Nosotras, sentadas en una de las últimas filas de banquetas,
comenzamos también el ritual peregrinaje hacia el altar. Al llegar frente al
cura, brazo con brazo de mi compañera, el cura tomó la consagrada hostia y
pronunció un suave:
- El cuerpo de cristo...
- Amén, -respondí con fingida timidez
Nos dimos media vuelta y, con aquel trozo de extraña galleta insípida,
para tratarse de un 'cuerpo', poniéndose cada vez más blandita entre mi lengua
y mi paladar, comenzamos el retorno a nuestro banco. El fin de la misa llegó con
la bendición del padre, y con ello mi calvario de pecadora.
Al llegar al aula 3B en el segundo piso del edificio contiguo, una
severa exclamación me metió el miedo en el cuerpo, la primera de una serie de
escenas de miedo satánico que se sucederían a lo largo de la semana.
- - ¡Lola ! , -
soltó la señorita Carmina, maestra de Ciencias Naturales,- ¿pero qué has hecho
chiquilla? Ve ahora mismo al despacho de la madre superiora.
Lo que siguió, queda como una de las experiencias más sur-realistas
vividas en mi ajetreada vida. Imágenes de mi blancuzo cuerpo, vestida con la
bata escolar con finas rayas verdes y blancas, ardiendo en el infierno,
aparecían y desaparecían en mi cabeza sin parar durante la larga brevedad de
aquella entrevista. y así, es como, Lola López Gómez, un día cualquiera,
vestida en uniforme escolar, sin fausto ni ágape alguno, llevando a rastras una
pierna enyesada y asistida por la complicidad de otra adulta de 8 años, había
hecho su primera comunión;
El cuerpo de Cristo había entrado en el mio, sin que antes hubiera
sido purificado con el arrepentimiento de mis pecados de niña, ni por medio de
una bendición eclesiástica para permitirme hacerlo.
La orden de la madre superiora no dejó lugar a duda. O el sábado
previo a la ceremonia de mi primera comunión contaba al padre en confesión lo
que había hecho, para que me redimiera, o por el contrario, estaría condenada a
las llamas eternas.
Al llegar a casa no dije nada. Pensé que aquello quedaría entre Dios,
la madre superiora y yo. Pero a eso de las siete, mientras jugaba en la calle,
me pareció alejarse calle abajo una figura negra, no lejos a la altura de mi
casa. Corrí cuanto la limitada movilidad de mi pierna me permitía y llegué a
casa jadeante.
No hubo bofetada. Me recibió la sabia -y más bien agnóstica- de mi
madre, quien se limitó a prepararme algo de merienda.
Nuevos mesias
lol@mento
El sábado, en catequesis, carcomida por los nervios, inventé frente a aquel 'santo varón' una retahíla de pecadillos sin
importancia, desde un exitoso -he dicho muchas palabrotas-, hasta un -Le puse
la zancadilla a mi hermano-... Un éxito rotundo, hubiera merecido un Goya de
Mejor Actriz revelación.
Al día siguiente, llevando un modesto y, no por ello menos precioso,
vestido
en blanco roto de batista y encaje hasta los tobillos, hice
oficialmente mi Segunda Primera Comunión. Esperando en vano, que un rayo caído
de lo alto de la cruz de madera sobre la cabeza de los 20 niños que me rodeaban,
me fulminara justo en el mismo memento en que aquella galleta sosa entrara en
mí.
Ese día, cuando tras la ceremonia volvimos a casa para celebrar con
bollos suizos y chocolate a la taza el histórico y sagrado evento, comprendí
que, la Religión, era el cuento más bonito que jamás me habían contado.
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