CUENTO DEL REY AVARO

I

Abou-la-be era el rey de un pròspero reino africano. Era tambien el hombre mas egoista que pisaba la tierra. Lo queria todo para él.
Un buen dia, el poderoso rey se marchò de caza. Queria ir a buscar un gran animal y asi volver a casa con el mejor de los trofeos: la cabeza del animal y una gran cantidad de carne. Junto a su vasto séquito de esclavos y porteadores, recorriò gran parte de su reino hasta dar con la pieza mas grande. Al volver a palacio hizo llamar inmediatamente a la jefa de toda la servidumbre.
- Mouna, toma esta carne, haz que la cocìnen con la mejor receta y guardala en un lugar seguro donde nadie pueda probarla.
La ama de llaves, a su vez, llamò a la encargada de la servidumbre de cocina.
- Binta, toma esta carne, preparala con la mas esquisita de tus recetas y escondela bajo llave para que nadie ose tocarla.
Esta, fiel a su superiora, hizo como le habian dicho. Macerò la carne en vino siguiendo una vieja receta de familia, acompañandola de una rica salsa de tomillo y limon. Una vez tibia, escondiò con cuidado la gran cacerola en la vieja chimenea de la alacena situada en el ala oeste. Satisfecha del trabajo se marchò a la cama.
Durante la noche, el apetito del avaro monarca se despertò y sin perder tiempo saliò de la cama decidido a encontrar su suculento trofeo.
Buscò y buscò durante un buen rato, hasta que diò con el olor dulzòn e irresistible no lejos de la alacena. Al interior buscò sin descanso hasta encontrar la olla de carne. Devorò trozo a trozo hasta no dejar ni rastro. Con el vientre casi reventando y pesando siete kilos mas, se marchò caminando despacio hacia la cama.
A la mañana siguiente el rey no madrugò. Nunca lo hacia, puesto que era tan vago como avaricioso. Pensando en lo que habia hecho la noche de antes, se dijo que lo mejor era culpar a alguien de la desapaciòn de su rico trofeo. Asi pues, a eso del medio dia, hizo llamar al ama de llaves.
- Traeme mi suculento trofeo, tengo hambre
La fiel sirvienta, a su vez, hizo llamar a la coninera
- Su majestad tiene hambre. Ve a buscar su carne de inmediato .
Cuando la coninera descubriò el robo quedò paralizada. ¿Qué podria decir? ¿Còmo explicaria aquello? Llorò cinco largos minutos antes de encontrarse con el ama de criadas para explicarle lo sucedido.
Las dos mujeres se presentaron frente al rey para darle la noticia. Este las acusò de mentirosas y les prometiò un severo castigo, pero ellas clamaron su inocencia sin temor. Aquella altaneria hizo enfurecer al soberano sin escrùpulos, que veia como seres inferiores osaban ridiculizarle. Entonces, con la cara roja de ira sentenciò:
- Someteremos a juicio a todos los implicados . Yo mismo participaré. Veremos asi quien miente aquí. Vayamos al borde del mar…

II

Segun la tradiciòn, adentrandose en el mar, aquellos que mienten son tragados por las fuerzas marinas, mientras que la gente sincera se mantiene a flote con toda tranquilidad.

La primera en ser sometida a la prueba fué Mouna, el ama de llaves. Una mujer corpulenta y de presencia firme. Una vez en la orilla, segura de su inocencia, mirò hacia atras sin ni tan siquiera intentar despedirse de los suyos. Se depojò de sus sandalias de cuero negro y caminò hacia la inmensa masa de agua. Cuando ésta tocò por primera vez sus pies, la mujer entonò un extraño càntico. La tradiciòn decia que el relato de los hechos debia ser cantado por los protagonistas del suceso. Asi pues, ella comenzò :

Mi señor fué de caza
Y volviò con su gran trozo de carne
Lo entregué a la cocinerapara que lo preparara
Si yo miento, que las aguas de este mar justo me traguen

Todo el mundo contenia la respiraciòn. Siguiò avanzando hasta que apenas se podia oir su canto y de su figura, solo la redondez de su rizada cabeza se distinguìa .
Al cabo de un rato la figura seguia a flote. La gente respirò de nuevo. Un minuto mas tarde, la buena mujer fué escupida hacia la orilla por una enorme ola.
Llegò el turno de la cocinera. Una joven de unos veinte años, tìmida y delgaducha. Se acercò a la orilla sin articular palabra, seca, desconcertada. Entonces, un grupo de jovencitas medio escondidas tras una gran barcaza azulona comenzò a cantar :

Mi señor fué de caza
Y volviò con su gran trozo de carne
El ama de llaves me lo diò y lo cociné
Despues lo guardé en la chimenea
Si yo miento, que las aguas de este mar justo me traguen

Avanzò mar adentro y para cuando reaccionò, el agua le llegaba a la cintura. Entonces comenzò a cantar las estrofas casi a gritos intentando asi alejar su miedo. Confiaba en su inocencia, pero el mar la atemorizaba. Cuando no sentia la tierra bajo sus pies el pànico la hacia sucumbir en desastrosa retirada.. Aquel océano inmenso no la hizo sufrir demasiado, devolviéndola salvajemente con un pobre golpe de agua injusto de ser llamado ola. La flacucha muchacha siguìò balbuceando las estrofas de aquel cantico de inocencia en estado de trance, ajena a la realidad.

El orgulloso monarca se acercò de inmediato a la orilla ignorando a la pobre chica. Una gota de sudor bajò por su frente cuando el agua llegò a sus pies. Entrò en ella creyendo, en su delirante egoismo, que gobernaba justamente su reino. Entonò con voz grave su càntico, pero éste se viò interrumpido por un hecho para él inesperado… :

Me fui de caza
Y volvi con MI GRAN trozo de carne
Lo entregué al ama de llaves….
Si yo miento… Glup, Glup, Glup !!!

Una gran ola le atrapò y le atrajo hacia el fondo, tragandoselo a él y a su orgullo deshonesto. Desde aquel dia, la verdad se convirtiò en la mayor riqueza de aquel reino . Altar de peregrinos venidos de todo el mundo, atraidos hacia aquella orilla en busca de la verdad

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